martes, 20 de diciembre de 2016

El sushi del atraso


Ayer se publicó una foto en la que políticos del oficialismo y de la oposición compartieron un encuentro en un lugar privado amenizado con sandwichitos de miga y piezas de sushi para negociar ciertos puntos del proyecto de ley sobre el impuesto a las ganancias.
Lo curioso del caso es que casi en simultáneo se conocieron dos versiones de la misma foto que registró el ameno encuentro: la versión original y otra versión pasada por una mano de retoque digital en la que se habían suprimido de la mesa los platos con piezas de sushi.
Ambas se viralizaron de inmediato y generaron  gran cantidad de memes y burlas en las redes sociales.

Son tantos los eventos que pueden descifrarse como erróneos a partir de esa foto que merecen una reflexión.  La cadena comprende desde errores de comunicación e impericia artística hasta una concepción de la realidad del todo provinciana y anacrónica.

En primer lugar, que un Ministro tenga que acercarse a la casa de un opositor que ni siquiera entró a la instancia del ballotage para acordar puntos sobre una Ley, es por lo menos llamativo.
Era ese el mejor lugar para una negociación? No debería haber sido en un recinto institucional antes que en un espacio doméstico? Hubiera sido preferible al revés, que el opositor tuviera que ir al lugar propuesto por quien es oficialismo? Mistério.

Teniendo en cuenta que no hay político que tenga al menos una persona- ó un equipo de personas-  que asesore en cuanto a cada pequeño gesto a ser comunicado, era previsible una fotografía de tal encuentro doméstico para comunicar por las redes.  Al menos, suele pensarse siempre en cada encuentro de esas características acerca de la conveniencia o no de la foto.
Y si la decisión era que la foto debía hacerse, hay demasiado aspectos a ser tenidos en cuenta por los comunicadores.

Acá empieza la zona oscura de la puesta y surge la incógnita de si hubo o no alguien que piense en qué momento debía tomarse la fotografía. Es decir, era conveniente antes o después de poner comida sobre la mesa? O si desplegar unas carpetas y unos papeles hubiera sido más adecuado ó, al menos, más convincente. Acaso la mera mesa vacía con unos vasos de agua? Lo que se desprende de esto es que hubo una ausencia a tiempo de esa mirada sobre lo que cada aspecto de la puesta connota en cualquier fotografía.

Pero más curioso  aún es la concepción que gira en torno a un plato de comida como el sushi.
Desde hace más de una veintena de años, en cualquier ciudad del mundo occidental- europea o latinoamericana- se puede conseguir sushi tanto en restaurantes sofisticados como en locales al paso.
Es decir que el sushi  ha dejado de ser comida japonesa para pasar a ser comida internacional como los tacos, el chop suey o las hamburguesas. Ya no es una excentricidad. Salvo para los ojos de una cultura anacrónica y sociologicamente empobrecida.
La evidente culpa que genera expresa con claridad abrumadora esa concepción.

Hay un documental que publicó Netflix llamado “Chuck Norris vs Communism” que trata sobre la censura en la terrorífica Rumania de Ceaucescu ante el avance de la películas occidentales en VHS durante los años 80. Allí puede verse como entre otras cosas se censuraban las escenas con comida abundante porque era algo que una familia rumana no podía ver materializado en al almuerzo o la cena  durante la dictadura comunista.
Es evidente que la voluntad de remoción del sushi de la imagen es por lo que podría connotar.
Pero, qué podrá connotar? 
Riqueza? Gasto suntuario?  Desinterés por los que menos tienen? Colonización ideológica? Frivolidad? Comidas menos peronistas?  Sea lo que sea, no es más que una tara fuera de época.
Esta tara culposa y provinciana hace que nos preguntemos entonces porqué fue el snack elegido para el encuentro de negociación?  Si es tanto lo que podría connotar y si existía la voluntad de comunicar el encuentro mediante una foto, cómo no hubo siquiera un asesor que recomiende pedir inofensivas empanadas? O tomar la fotografía después de retirados los platos?
Esto indica improvisación en la comunicación. Y pobreza conceptual.
Otra pregunta es si solamente una fotografía fue tomada de ese encuentro? No hubo una al saludarse, o en otro momento? 

Luego alguien tuvo la idea de que a esa posible única foto era mejor quitarle la connotación suntuaria del sushi.
Si bien la imagen era complicada para el retoque también es evidente que quien operó el Photoshop- programa de retoque fotográfico- no era un experto. La falta de sombras, el apoyo de la mano del ministro sobre la mesa saltan inmediatamente a la vista.

Otras preguntas para los responsables de la comunicación es cómo fue posible que se filtrara la foto original si se había decidido comunicar la escena retocada?
O, al revés, si no hubiera sido la intención comunicar una foto retocada, cómo es posible que un empleado suba una foto que se le ocurrió retocar para ganarse el visto bueno de su contratante sin que sea aprobada estrategicamente?

La explicación posterior fue justamente que un colaborador quiso ganarse el visto bueno de su contratante. Es decir, la lógica de favores prima aún para la excusa inverosímil.
La decisión culposa de retocar la imagen no puede nunca haber sido exclusivamente de un mero empleado o communuty manager. Y si lo fue, connota impericia para el ejercicio de un modesto stalinismo de retoques.

Finalmente, ese empleado fue dado de baja por su contratante porque ya se sabe, en Argentina la culpa siempre es del maquinista. Alguien ya se ha quedado sin el descuento a las ganancias. La ley ya no será para ese empleado en ese puesto. El encuentro doméstico no estaba destinado a sus haberes.

Concluyo que la manera en que se concibe la mirada ajena aún para un político en Argentina, es de un provincianismo dramático. La culpa del sushi recuerda a la dictadura rumana.
Nuestro pobre provincianismo es cada vez más pobre y termina siendo un chiste en las redes.
La década ganada ha acentuado las taras sociológicas hasta alcanzar el peor momento sociocultural de nuestra historia. Estamos aún en la cumbre de nuestras viejas taras sin entender cómo es que llegamos a esa cumbre. 
Y no se ha inventado aún el Photoshop para borrar esa pobreza conceptual ni la torpeza anacrónica.