sábado, 10 de junio de 2017

Futuro Ausente

El imaginario es ese sistema de representación a través de imágenes que se han ido generando en una comunidad e instalando como dialéctica compartida hasta conformar una cosmovisión.

Los primeros registros de imágenes realizadas por humanos en las inaccesibles cavernas de Lascaux, Altamira ó Chauvet habrían cumplido una función de anticipación, como sostuvo Arnold Hauser: la figura de un bisonte trazada en la pared de piedra de una caverna de difícil acceso, sustituía al animal real para un ejercicio anticipatorio en el que disparar las lanzas contra ella era matarlo de modo virtual. Luego solo quedaba ir al territorio real y repetir la accción para capturar el animal. La operación funcionaba como ensayo anímico para la poder lleva a cabo tarea con la fiera real.

De este modo, una de las funciones primigenias de la representación quizá haya sido ser vehículo entre un momento presente y un momento futuro.



La revista Popular Mechanics de los años 30 todavía deslumbran por sus tapas con imágenes que comunicaban un desmesurado afán de futuro, que aunque hayan sido exageradas imaginaciones pseudo científicas eran parte de la producción y consumo de una sociedad en la que todo de matrializaba desde una idea de futuro.



Los automóviles de los años 50 fueron diseñados en un momento en que una carrera hacia el futuro llamada "espacial" sugirió todo tipo de formas de naves para volar al espacio hasta alcanzar la luna. La voluntad general de viajar al espacio, de alcanzar la luna y de ir aún más allá una década después se concretaron.



Estas imégenes y esos diseños no se limitaron a los autos sino a todo tipo de productos y configuraron una épica popular del futuro. 
Hoy pueden resulta cómocas o kitsch muchos de ellos, pero es la arqueología que nos cuentas un proceso de contrucción de futuro en modo expansivo y en aceleración. 

Argentina tuvo algunas imaginaciones de futuro desde el útimo tercio del siglo XIX. La celebración del primer centanario fue un momento de plena asimilación cultural. Todo era futuro aún para esa joven sociedad de 1910 como lo expresan las imágenes de una Buenos Aires con puentes y desmesurados edificios promovían un imaginario que Fritz Lang recién llevaría al cine diecisiete años más tarde.


El siglo XX argentino fue un lento de eliminación del futuro. La épica del futuro fue desplazada por una épica del pasado. Y la política se volvió un contínuo refundacional.
Terminado el siglo, el futuro dejó de producir ideas, imágenes y lenguaje. El pasado se erigió como norte de referencialidad permanente e instaló una tara para todos los presentes.

El pasado revisado y oficializado al antojo de nuestras imposibilidades ó del ocultamiento de nuestras miserias se volvió folclore. (No hablo de la ley que legitima la mentira de una cifra que no se quiere contabilizar, aunque también)

Pongo como ejemplo una triste imagen: la del último billete de $50.
No expresa futuro alguno. Nació gramaticalmente devaluada junto con el valor del billete que la porta.



La representación nos presenta un gaucho montado arriba de caballo sosteniendo una bandera argentina que flamea en el desolado paisaje de las islas Malvinas. El falso arquetipo de la argentinidad se alza en dirección contraria a nuestro sentido de lectura. No es casual. El caballo parece que quisiera salir de cuadro antes que adentrarse en el paisaje o mostrase imperrativo frente a él.

Al fondo hay un cementerio. Es pura afirmación de un presente estático y muerto. El deseo de recuperar las islas, algo que se representaría como futuro no ha sido siquiera concebido con forma de puerto, de pescadores, de ovejas y vaqueanos. Es la declaración de imposibilidad. El saldo de cruces de una guerra que no se pudo ganar como todo dominio de esa tierra. No hay otra imaginación sobre qué cosa se podría hacer en las islas. 


La imagen de evidente pretensión épica es de triste imposibilidad y de fantasía anacrónica: jamás un gaucho conoció las remotas islas. Tampoco ya las conocerá.

Y en el improbable caso de una recuperación, tampoco existiría sobre las islas un gaucho, porque el gaucho es una figura extinta. La imagen del gaucho con la que se quiere representar el deseo de recuperación, es una imagen muerta hacia el futuro y hacia el pasado. 

Cuesta creer que en España a alguien se le ocurra generar una imagen sobre el deseo de recuperar Gibraltar con Don Quijote sobre el colosal peñón. O con con siluetas de señoras sevillanas provistas de peinetas y abanicos. Sería ridículo. Así es nuestro billete.
La tristeza de la imagen de nuestro billete reside basicamente en el hecho de que ese ridículo resulte invisible a nuestro nacionalismo rudimentario.

Y para terminar la metáfora de nqacionalismo malvinero, el crucero General Belgrano en pleno hundimiento, que bien puede ser arquetipo de todo lo que se ha hundido en Argentina. 

La escena que alguien imaginó sobre la potencial futura vida argentina en las islas es una imagen aberrante, cuya potencialidad no está destinada a producir un suceso materializable en el futuro sino que es apenas la representación de una imposibilidad futura y retroactiva. Opera de cosuelo al persistente dolor de la derrota que con magistral torpeza colectiva estrelló a los eufóricos argentinos de la recuperación efímera contra el rigor de la estrategia geopolítica y la realidad del mundo.
Es una distorsión que hoy sigue construyendo la imposibilidad de una recuperación real. Mantiene el dolor y el capricho en el presente eterno.
En la sociedad argentina el futuro configura siempre una ausencia.
Vivimos un tiempo de verbo que podría definirse como Presente Eterno, que es siempre una trampa en la que se gestan todas las imposibilidades de evolucionar hacia algo mejor porque eso mejor no tiene imagen que le de forma a las acciones, las ordene y las encauce. El verbo para nuestra proyección es sin duda Futuro Ausente.
La principal deuda que los argentinos tienen consigo no es económica ni política.  Es la de poder imaginar un futuro posible.
La imagen de un gaucho en relación a las islas es recurrente y fue ya bocetada en el nefasto tiempo de la guerra. Pero persiste hoy en la moneda circulante sin haber sido reflexionada, reconceptualizada, redireccionada al futuro. Apenas se solemnizó. 




Mientras el futuro no tenga imaginario que traccione los deseos a base de imágenes concretas, el Presente Eterno será la única alternativa para la complicada vida argentina, con las archiconocidas euforias repentinas  y frustraciones periódicas, sostenidas en el diminuto museo de las pequeñas reliquias de un pasado que tampoco es el que fue.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Hiroshima de las Pampas



Es innegable, la grieta existe. Esa tensión binaria es preexistente al kirchnerismo aunque éste supo acentuarla y promoverla en su favor.
Podría decirse esquematicamente que es la barrera que separa dos miradas políticas: una representada por el kirchnerismo, otra representada por el antikirchnerismo.
Detrás de cada una de esas miradas hay una constelación de creencias difusas que las sostienen.
El kirchnerismo ha promovido valores como el orgullo villero, el Vatayón Militante, el héroe del paravalanchas, como observa Fernando Iglesias. Y fiel a una idea fascista de la política, ha promovido una idea de la autoridad pública a ser repelida y reemplazada por el mandato de un líder como único depositario de la obediencia pública. Esa concepción rehúye del diálogo, busca imponer sin persuadir.
La mirada de la nueva gestión propone, en cambio, un camino dialoguista, condescendiente, persuasuasivo aún con quienes desearían que Macri fracasase ya mismo. Pero tiene un inconveniente: no consigue erigir aún un verosímil de autoridad.


El fin de semana último, dos variantes de esas dos concepciones, colisionaron en la ciudad de Olavarría.
Por un lado, un intendente joven - y en este caso cholulo- portador del universo conceptual del cambio se hizo cargo de la bestia ricotera, colocándose en el lugar de productor y garante, con el dinero y el espacio público de sus vecinos. Incluso cruzando en varios aspectos la línea de lo legal. Privilegió el gesto para la multitud ricotera y la reivindicación de un recital que no pudo hacerse hace veinte años en favor de la bestia ricotera que colapsaría las rutas, las calles, los baños, la provisión de comida, el espacio público, como era previsible. Mejor dicho, como hubiera sido previsible para una concepción con un verosímil del Estado, de legalidad y de autoridad más claros y definidos.


Una ciudad de 120 mil personas fue invadida por 300, 400, ó 500 mil sin previsión logística alguna, como si por mera voluntad optimista todo fuese a desarrollarse normalmente.
Ambos modos de ver la celebración, el espectáculo, la cultura, el negocio, el guiño político y la autoridad colisionaron en Olavarría con la fuerza de una bomba atómica sociológica y dejó al descubierto la cultura de una sociedad- entendida como todo lo que se construye fuera de la supervivencia elemental- en la que todos sus modos de gestionar la convivencia, las transacciones comerciales y el intercambio entre empresarios y Estado son deficientes, violentos y con demasiados aspectos fuera de la ley.
La concepción dialoguista, complaciente y optimista de populismo zen se dio de frente contra la cultura del orgullo lúmpen, nacionalpopular y ricotero, basada en la glorificación de lo marginal con sus descontroles beligerantes antisistema y que tiene por enemigo principal a las fuerzas del orden público. 


Aunque no haya sido, en principio, un evento de carácter político, estas dos concepciones colisionaron en dos de sus formas extremas: la movilización masiva de lúmpenes culturales más grande que pueda alguien hacer en Argentina y la inexperiencia de un intendente cholulo. Fórmula perfecta para un desastre. 

Todo esto es necesariamente trágico. Porque ninguno de los dos modos permea en el otro y ambos terminan repeliéndose sin complementarse. Ó, en este caso, abollándose. Ambas concepciones salieron perjudicadas y derrotadas.
Los ricoteros antisitema terminaron haciendo ordenadas filas para que uniformados del ejército les provean agua, comida, transporte y reclamando más seguridad. Por otro lado, el populismo zen del intendente infanto juvenil que entiende que el Estado debe ser garante del empresario monotributista para un negocio multimillonario, terminó sumándole un problema más a la provincia. 


Escuché varias veces decir que parte de la tradición ricotera es no pagar la entrada. Y que la tradición contractual del Indio Solari muestra una exigencia de eximición impositiva por tratarse de un evento cultural y otra exigencia de poca presencia policial- porque “sería problemática para los fans del Indio”- que siempre fueron concedidas por las autoridades. Incluso hoy.
Curioso. Quienes pretenden ir contra el sistema y no pagar entrada van al recital del empresario musical que más factura, que no paga impuestos y que termina huyendo en avión propio. Todo el espectáculo y el negocio se sostiene en la franja de quienes pagan. Una réplica de lo que sucede en otros órdenes de la sociedad, como si se tratase de una estructura de fractales. En otra escala, quienes trabajan y pagan impuestos sostienen el interminable universo de planes y obras sociales para piqueteros, por ejemplo, aunque cortar la calle sea un delito y le impidan el paso a quienes con sus impuestos los sostienen.


También, como si se tratase de una estructura de fractales, el trágico recital deja al descubierto huecos que deja el gobierno en otros aspectos menos visibles y que en este ejemplo grotesco saltan a la vista.
Si la Provincia de Buenos Aires es un territorio tan sensible, con una policía de la que las autoridades del cambio deben siempre cuidarse, con una embestida de los sindicatos docentes que impiden a la fecha el inicio de clases, con zonas marginales que son siempre una bomba de tiempo, con riesgo de operaciones políticas, cómo es que no hubo algún tipo de advertencia de funcionario u organismo desde noviembre del año pasado- cuando se concretó la posibilidad del recital del Indio Solari- de detenerlo a tiempo, teniendo en cuenta los peligros que semejante movilización informal implica?
No deja de ser un asombroso desliz que tiene demasiadas aristas a ser repensadas. 


“Prohibirlo sería peor” escuché también varias veces. Si el problema es prohibirlo y otro problema es organizarlo con presencia policial y sin eximición de impuestos, el problema real es cómo se configura la nueva noción de autoridad, superadora de la obediencia al líder.

El desastre del fin de semana último debería ser una advertencia a ser descifrada.
Olavarría fue una Hiroshima de las Pampas que dejó el descubierto nuestra radiografía,
contiene todo lo que está mal en el país poskirchnerista. Es el catálogo perfecto de todos los entramados socioculturales.
 
La grieta hoy se da entre esas dos concepciones de la vida civil: una que quiere imponer de prepo la vuelta al poder que perdió, al recital que no se pudo, al paraíso de todas las informalidades y otra que apuesta a un cambio pero que aún no genera un verosímil claro y descifrable de autoridad.


Estos dos links son representativos de lo que trato de explicar:
La voz juvenil de una concepción 
Otro ejemplo significativo