El imaginario
es ese sistema de representación a través de imágenes que se han ido generando en una comunidad e instalando como dialéctica compartida hasta conformar una cosmovisión.
Los primeros registros de imágenes realizadas
por humanos en las inaccesibles cavernas de Lascaux, Altamira ó Chauvet habrían cumplido una función de anticipación, como sostuvo Arnold Hauser: la figura de un bisonte trazada en la pared de piedra de una caverna de difícil acceso, sustituía al animal real para un ejercicio anticipatorio en el que disparar
las lanzas contra ella era matarlo de modo virtual. Luego solo quedaba ir al territorio real y repetir la accción para capturar el animal. La operación funcionaba como ensayo anímico para la poder lleva a cabo tarea con la fiera real.
De este modo, una de las funciones primigenias
de la representación quizá haya sido ser vehículo entre un momento presente y un momento futuro.
La revista Popular Mechanics de los años 30 todavía deslumbran por sus tapas con imágenes que comunicaban un desmesurado afán de futuro, que aunque hayan sido exageradas imaginaciones pseudo científicas eran parte de la producción y consumo de una sociedad en la que todo de matrializaba desde una idea de futuro.
Los automóviles de los años 50 fueron diseñados en un momento en que una carrera hacia el futuro llamada "espacial" sugirió todo tipo de formas de naves para volar al espacio hasta alcanzar la luna. La voluntad general de viajar al espacio, de alcanzar la luna y de ir aún más allá una década después se concretaron.
Hoy pueden resulta cómocas o kitsch muchos de ellos, pero es la arqueología que nos cuentas un proceso de contrucción de futuro en modo expansivo y en aceleración.
Argentina tuvo algunas imaginaciones de futuro desde el útimo tercio del siglo XIX. La celebración del primer centanario fue un momento de plena asimilación cultural. Todo era futuro
aún para esa joven sociedad de 1910 como lo expresan las imágenes de una Buenos Aires con puentes y desmesurados edificios promovían un imaginario que Fritz
Lang recién llevaría al cine diecisiete años más tarde.
El siglo XX argentino fue un lento de eliminación del futuro. La épica del futuro fue desplazada por una épica
del pasado. Y la política se volvió un contínuo refundacional.
Terminado el siglo, el futuro dejó de producir ideas, imágenes y lenguaje. El
pasado se erigió como norte de referencialidad permanente e instaló una tara para todos los presentes.
El pasado revisado y oficializado al antojo de nuestras imposibilidades ó del
ocultamiento de nuestras miserias se volvió folclore. (No hablo de la ley que legitima la mentira
de una cifra que no se quiere contabilizar, aunque también)
Pongo como ejemplo una triste imagen: la del último billete de $50.
No expresa futuro alguno. Nació gramaticalmente devaluada junto con el valor del billete que la porta.


La representación nos presenta un gaucho
montado arriba de caballo sosteniendo una bandera argentina que flamea en el desolado paisaje de
las islas Malvinas. El falso arquetipo de la argentinidad se alza en dirección contraria a nuestro sentido de lectura. No es casual. El caballo parece que quisiera salir de cuadro antes que adentrarse en el paisaje o mostrase imperrativo frente a él.
Al fondo hay un cementerio. Es pura afirmación de un presente estático y muerto. El deseo de recuperar las islas, algo que se representaría como futuro no ha sido siquiera concebido con forma de puerto, de pescadores, de ovejas y vaqueanos. Es la declaración de imposibilidad. El saldo de cruces de una guerra que no se pudo ganar como todo dominio de esa tierra. No hay otra imaginación sobre qué cosa se podría hacer en las islas.
La imagen de
evidente pretensión épica es de triste imposibilidad y de fantasía anacrónica: jamás un gaucho conoció
las remotas islas. Tampoco ya las conocerá.
Y en el
improbable caso de una recuperación, tampoco existiría sobre las islas un
gaucho, porque el gaucho es una figura extinta. La imagen del gaucho con la que
se quiere representar el deseo de recuperación, es una imagen muerta hacia el
futuro y hacia el pasado.
Cuesta creer
que en España a alguien se le ocurra generar una imagen sobre el deseo de
recuperar Gibraltar con Don Quijote sobre el colosal peñón. O con con
siluetas de señoras sevillanas provistas de peinetas y abanicos. Sería ridículo. Así es nuestro billete.
La tristeza de
la imagen de nuestro billete reside basicamente en el hecho de que ese ridículo resulte
invisible a nuestro nacionalismo rudimentario.
Y para terminar la metáfora de nqacionalismo malvinero, el crucero General Belgrano en pleno hundimiento, que bien puede ser arquetipo de todo lo que se ha hundido en Argentina.
La escena que alguien imaginó sobre la potencial
futura vida argentina en las islas es una imagen aberrante, cuya potencialidad
no está destinada a producir un suceso materializable en el futuro sino que es
apenas la representación de una imposibilidad futura y retroactiva. Opera de cosuelo al persistente dolor de la derrota que con magistral
torpeza colectiva estrelló a los eufóricos argentinos de la recuperación
efímera contra el rigor de la estrategia geopolítica y la realidad del mundo.
Es una
distorsión que hoy sigue construyendo la imposibilidad de una recuperación real. Mantiene el dolor y el capricho en el presente eterno.
En la sociedad
argentina el futuro configura siempre una ausencia.
Vivimos un tiempo de verbo que podría definirse como Presente Eterno, que
es siempre una trampa en la que se gestan todas las imposibilidades de
evolucionar hacia algo mejor porque eso mejor no tiene imagen que le de forma a
las acciones, las ordene y las encauce. El verbo para nuestra proyección es sin duda Futuro Ausente.
La principal
deuda que los argentinos tienen consigo no es económica ni política. Es la de poder
imaginar un futuro posible.
La imagen de un gaucho en relación a las islas es recurrente y fue ya bocetada en el nefasto tiempo de la guerra. Pero persiste hoy en la moneda circulante sin haber sido reflexionada, reconceptualizada, redireccionada al futuro. Apenas se solemnizó.
La imagen de un gaucho en relación a las islas es recurrente y fue ya bocetada en el nefasto tiempo de la guerra. Pero persiste hoy en la moneda circulante sin haber sido reflexionada, reconceptualizada, redireccionada al futuro. Apenas se solemnizó.
Mientras el futuro
no tenga imaginario que traccione los deseos a base de imágenes concretas, el Presente
Eterno será la única alternativa para la complicada vida argentina, con las archiconocidas euforias repentinas y frustraciones periódicas, sostenidas en el diminuto museo de las pequeñas reliquias de un
pasado que tampoco es el que fue.