Ayer se publicó una foto en la que políticos
del oficialismo y de la oposición compartieron un encuentro en un lugar privado
amenizado con sandwichitos de miga y piezas de sushi para negociar ciertos
puntos del proyecto de ley sobre el impuesto a las ganancias.
Lo curioso del caso es que casi en simultáneo
se conocieron dos versiones de la misma foto que registró el ameno encuentro: la versión original y otra versión pasada por una mano de retoque digital en la que se habían suprimido
de la mesa los platos con piezas de sushi.
Ambas se viralizaron de inmediato y generaron
gran cantidad de memes y burlas en las
redes sociales.
Son tantos los eventos que pueden descifrarse
como erróneos a partir de esa foto que merecen una reflexión. La cadena comprende desde errores de
comunicación e impericia artística hasta una concepción de la realidad del todo
provinciana y anacrónica.
En primer lugar, que un Ministro tenga que
acercarse a la casa de un opositor que ni siquiera entró a la instancia del
ballotage para acordar puntos sobre una Ley, es por lo menos llamativo.
Era ese el mejor lugar para una negociación? No
debería haber sido en un recinto institucional antes que en un espacio doméstico?
Hubiera sido preferible al revés, que el opositor tuviera que ir al lugar
propuesto por quien es oficialismo? Mistério.
Teniendo en cuenta que no hay político que
tenga al menos una persona- ó un equipo de personas- que asesore en cuanto a cada pequeño gesto a
ser comunicado, era previsible una fotografía de tal encuentro doméstico para
comunicar por las redes. Al menos, suele
pensarse siempre en cada encuentro de esas características acerca de la conveniencia o no
de la foto.
Y si la decisión era que la foto debía hacerse,
hay demasiado aspectos a ser tenidos en cuenta por los comunicadores.
Acá empieza la zona oscura de la puesta y surge
la incógnita de si hubo o no alguien que piense en qué momento debía tomarse la
fotografía. Es decir, era conveniente antes o después de poner comida sobre la
mesa? O si desplegar unas carpetas y unos papeles hubiera sido más adecuado ó, al
menos, más convincente. Acaso la mera mesa vacía con unos vasos de agua? Lo que
se desprende de esto es que hubo una ausencia
a tiempo de esa mirada sobre lo que cada aspecto de la puesta connota en
cualquier fotografía.
Pero más curioso aún es la concepción que gira en torno a un
plato de comida como el sushi.
Desde hace más de una veintena de años, en cualquier
ciudad del mundo occidental- europea o latinoamericana- se puede conseguir sushi tanto en restaurantes sofisticados como
en locales al paso.
Es decir que el sushi ha dejado de ser comida japonesa para pasar a
ser comida internacional como los tacos, el chop suey o las hamburguesas. Ya
no es una excentricidad. Salvo para los ojos de una cultura anacrónica y
sociologicamente empobrecida.
La evidente culpa que genera expresa con claridad abrumadora esa concepción.
Hay un documental que publicó Netflix llamado “Chuck
Norris vs Communism” que trata sobre la censura en la terrorífica Rumania de
Ceaucescu ante el avance de la películas occidentales en VHS durante los años
80. Allí puede verse como entre otras cosas se censuraban las escenas con
comida abundante porque era algo que una familia rumana no podía ver materializado en al
almuerzo o la cena durante la dictadura comunista.
Es evidente que la voluntad de remoción del
sushi de la imagen es por lo que podría connotar.
Pero, qué podrá connotar?
Riqueza? Gasto suntuario? Desinterés por los que menos tienen? Colonización ideológica? Frivolidad? Comidas menos peronistas? Sea lo que sea, no es más que una tara fuera de época.
Riqueza? Gasto suntuario? Desinterés por los que menos tienen? Colonización ideológica? Frivolidad? Comidas menos peronistas? Sea lo que sea, no es más que una tara fuera de época.
Esta tara culposa y provinciana hace que nos
preguntemos entonces porqué fue el snack
elegido para el encuentro de negociación?
Si es tanto lo que podría connotar y si existía la voluntad de comunicar
el encuentro mediante una foto, cómo no hubo siquiera un asesor que recomiende
pedir inofensivas empanadas? O tomar la fotografía después de retirados los platos?
Esto indica improvisación en la
comunicación. Y pobreza conceptual.
Otra pregunta es si solamente una fotografía fue tomada de ese encuentro? No
hubo una al saludarse, o en otro momento?
Luego alguien tuvo la idea de que a esa posible
única foto era mejor quitarle la connotación suntuaria del sushi.
Si bien la imagen era complicada para el
retoque también es evidente que quien operó el Photoshop- programa de retoque
fotográfico- no era un experto. La falta de sombras, el apoyo de la mano del
ministro sobre la mesa saltan inmediatamente a la vista.
Otras preguntas para los responsables de la
comunicación es cómo fue posible que se filtrara la foto original si se había
decidido comunicar la escena retocada?
O, al revés, si no hubiera sido la intención comunicar una
foto retocada, cómo es posible que un empleado suba una foto que se le ocurrió
retocar para ganarse el visto bueno de su contratante sin que sea aprobada estrategicamente?
La
explicación posterior fue justamente que un colaborador quiso ganarse el visto
bueno de su contratante. Es decir, la lógica de favores prima aún para la
excusa inverosímil.
La decisión culposa de retocar la imagen no
puede nunca haber sido exclusivamente de un mero empleado o communuty manager. Y si lo fue,
connota impericia para el ejercicio de un modesto stalinismo de retoques.
Finalmente, ese empleado fue dado de baja por
su contratante porque ya se sabe, en Argentina la culpa siempre es del
maquinista. Alguien ya se ha quedado sin el descuento a las ganancias. La ley ya
no será para ese empleado en ese puesto. El encuentro doméstico no estaba destinado a sus haberes.
Concluyo que la manera en que se concibe la mirada ajena aún para un político en
Argentina, es de un provincianismo dramático. La culpa del sushi recuerda a la
dictadura rumana.
Nuestro pobre provincianismo es cada vez más pobre y termina siendo un chiste en las redes.
Nuestro pobre provincianismo es cada vez más pobre y termina siendo un chiste en las redes.
La década ganada ha acentuado las taras
sociológicas hasta alcanzar el peor momento sociocultural de nuestra historia. Estamos aún en la cumbre de nuestras viejas taras sin entender cómo es que llegamos a esa cumbre.
Y no se ha inventado aún el Photoshop para
borrar esa pobreza conceptual ni la torpeza anacrónica.