Hay una tradición argentina que podría sintetizarse en la dificultad crónica para hacer cumplir la Ley. Esto se ha dado a lo largo de la historia de innumerables maneras.
El hiper personalismo argentino es tan potente que suele pensarse en términos de personalidad aquello que debería pensarse de modo impersonal, es decir, institucional.
Seguramente para los seguidores mas fanáticos de Maradona éste sea una personalidad que está fuera del sistema legal al cual tenemos que responder todos los ciudadanos.
Su excepcionalidad kinestésica ha engendrado una excepcionalidad ante la Ley de modo incomprensible.
Cuando el 11 de febrero de 2006 Maradona conducía su camioneta a mayor velocidad de la permitida hacia Parque Roca a presenciar un partido de la Copa Davis, chocó y destruyó el auto de una joven pareja que circulaba por una calle de Mataderos.
Los testigos afirman que bajó a ver el frente de su propia camioneta y al ver que no era grave el daño, subió y siguió camino al estadio sin siquiera saludar a los damnificados.
El hecho no tuvo ninguna consecuencia para el ex astro futbolísitico. Maradona demostraba una vez más no tener vínculo alguno con el sistema jurídico de la sociedad a la que pertenece. Las leyes no pueden alcanzarlo porque una voluntad general lo coloca siempre en el sitio la excepcionalidad.
Hebe de Bonafini pertenece a esa categoría de personalidades que se conciben fuera del sistema legal, pero con el matiz de ser parte de una tradición política que siempre descreyó de los "atributos de la burguesía liberal" como la democracia y la justicia.
A lo largo del tiempo ha demostrado con mucho esmero su desprecio por las normas jurídicas: promovió juicios informales en la Plaza de Mayo a quienes consideró "enemigos del pueblo", defecó en la Catedral porque se disgustó con el Cardenal Bergoglio, propuso tomar el Palacio de Tribunales. También expulsó a la fuerza a un grupo de inmigrantes bolivianos que reclamaban justicia por un compatriota asesinado porque osaron hacer el reclamo en la Plaza de Mayo un jueves, al grito de "Fuera de aquí, bolivianos de mierda, la plaza es nuestra".
Por cualquiera de esas iniciativas cualquier ciudadano hubiera recibido, al menos, un llamado de atención de la Justicia sino una penalización. Pero Hebe no. La igualdad ante la Ley no la alcanza.
Suele confundirse su lucha contra una dictadura con su voluntad de ser quien imparte o debe impartir justicia, con quien fija las normas. La devoción a las personalidades transforma a Hebe en Justicia y no en ciudadana que debe rendir cuentas.
Todo lo que se le solicita es que esclarezca algunos aspectos de la desaparición de 1200 millones de pesos - cuando el dolar cotizaba 3 pesos- para realizar viviendas que nunca se realizaron. Era dinero público que decidió tomar y hacerse responsable a través de la ONG que presidía. La relación entre una madre que peleó para se condene a los desaparecedores de sus hijos y la construcción de viviendas es menos evidente que misteriosa, pero sin duda, es otra deformidad argentina.
Ayer, fiel a su tradición, hizo nuevamente una demostración de desprecio ante la Ley y la Constitución. No se presentó al llamado de la Justicia y montó una escena muy bien preparada con militantes y referentes como Luis D'elía y Amado Boudou. Solo que la escena que pretendía ser épica puede verse como una asamblea de deudores del Estado,
El problema que se plantea ahora es qué debe hacer la Justicia. Si vuelve a buscarla, ya sabe con la resistencia que se encontrará. Si la deja pasar, dejará un antecedente más en la abundante historia de la imposibilidad institucional argentina. Y eso abolla más un verosímil que parece muy difícil de construir.
Que la puesta en escena le gane a la institucionalidad sería dramático. Está sobradamente comprobado, o debería estarlo, que la imposibilidad institucional no es buena para nadie y que acarrea luego consecuencias nefastas a largo plazo aunque, en la coyuntura puntual, hoy favorezca a un flamante gobierno.
La grieta, ahora, sería entre quienes quieren que se cumpla la Ley y quienes no quieren. Aunque pareciera que esas dos fuerzas han sido la constante en nuestra historia, sin resolución creíble aún.
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